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JOAQUl N V. GONZALEZ
viejas ma.mas que teniamos en los
ranchos~
porque,
cual mas, cual menos, todas habian sido nodruas
de nuestros padres.
Alli, lo recuerdo bien, vivia
"Ma.maUbalda", o
W alda, que muri6 cuando iba a cumplir un siglo,
ya perdidos la razon, la vista y
el
gusto, y a quien
inconsideradamente le hadamos las travesuras de
Lazarillo de Tormes, dandole a beber menjurjes
inofensivos, pero no usados, que a ella se le anto–
jaban sabrosas bebidas
y
refrescos deliciosos.
En seguida la pandilla marchaba a dar un mal6n
a los ranchos, donde tenian aloja fresca en los gran··
des
naques
de cuero que le sirven de vasija, o en
tinajas de barro cocido tapadas con ramas de sauce
lloron; o bien, cuando oiamos sonar
el
tambor cha–
vero, en anuncio de diversion criolla, eramos segu–
ros a formar la mosqueteria, a gritar, a reir y a en–
sayar tambien los bailes nacionales. Todo esto mien–
tras Ios viejos de casa. con la gran rueda de visitas
de Ia misma familia, pero que vivian en sus fincas,
departian sobre todos los temas serios de la poH–
tica, traidos
por
los diarios de Buenos Aires
y
de
Chile, sobre los intereses comunes de la localidad,
y por fin, de todo cuanto nosotros no entendiamos
y
menos nos importaba.
En aquellas reuniones se proyectaba los paseos a
los sembrados
y
a las huertas distantes. Al dia
si–
gui ~nte,
todo un ejercito marchaba a caballo: las
sei, ~ras
con sus sombreros y vestidos de campo,
y
Ios caballeros acompafiandolas devotos
y
enamora–
dos. A las abuelitas las llevaban
en-
carruaje, y
a
nosotros nos metian en nn carro de la cosecha,
y
nos dabamos por muy bien servidos con tal de
no
perder
cl
banquete preparado bajo un inmenso
al-