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MJS

MONTAN-AS

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· calor de las dukes afecciones domesticas,

y

el

de

ese otro grande

y

sublime sentimiento que nace de

sus entrafias para encender el fuego creador de las

naciones ; ella guarda en sus rec6nditos abismos la

patria del hombre, que comienza en el irbo1 soli–

tario, sigue en la cabana rustica donde arde ya la

llama simb6lica del hogar, y se difunde en las agru–

paciones. Entonces las valles se alfombran de ver–

dura, las llanos crian las selvas gigantes, las mon–

t:'.lfias albergan el metal precioso y Util,

y

par en–

cima de toda ella discurren una armonia, una fres–

cura, un aroma, que van derramando en las cora–

zones anhelos de grandezas desconocidas, fervores

purisimos de las virtudes fundamentales, ansias

irresistibles de un puro ideal, erigiendo templos que

no pudiendo llegar hasta Dias, lo hacen @ajar hasta

ellos en la forma plastica, rodeado de todos los es–

plendores con que lo forjan las suefios y las fan–

tasias.

Pero

1

c6mo palidece

y

se descolora la tierra

cuando sus habitantes, olvidando las !eyes comunes

del origen, dejan peentrar en

el

santuario de las

familias las pasiones egGistas, las ambiciones s6r–

didas, la llama rojiza de las rivalidades y de las

odios

!

Un soplo caliente del desierto cruza par los

bosques cubriendo de amarillo ropaje las arboles;

las hojas que formaron dosel al arroyo, desprenden–

se una a una sabre la corriente tardia, porque van

agotandose las manantiales que le dieron su caudal;

las frutos jugosos de otro tiempo nacen y mueren

en el tallo, porque les faltan

el

riego y la sombra ;

la~

aves que fueron musica de las huertos y sem–

bradios, emigran de la comarca inhospitalaria, por–

q ue no tienen ramas para sus n idos ni brotes para

!t