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che es fría
y
obscura. Por fin el indio pertinaz, co–
bra su fugitiva. Pero, fatigado
y
aterido de frío,
aguarda la llegada del día. Y con ramas de ' '
que~
ñua' ', enciende su vivac. Aquello fué la revelación
de la montaña. De la roca, herida por las ascuas,
nació una hebra sutil, blanca
y
fina, que se exten–
dió como la culebra de un caduceo, a los pies del
indígena. ¿Plomo? ¿mazacote?
¿
bazofías del ce–
rro
~ .
. . ¡No ! ¡Aquello &a plata! Sobre esta vena,
que curiosa como una mujer, asomaba a la super–
ficie del cen·o, el
1.
0
de Abril de
1545
plantaba el
capitán don D[ego de 'Centeno la famosa oriflama
de Carlos V .. .
Desde entonces,
y
en dosciento
ochenta años
transcurridos ha: ta la consagracióT,L éJ.e la indepen–
dencia boliviana, d sp "'
oe Ayacu0ho, el cerro
de Potosí ha p od cid@,
egún
informac~ones
apro–
ximadas,
15.791. 00.000
de pesos fuetrtes, contri–
buyendo al sost
y
pre
·gio de la Corona con
3.158.
000 .000
por conce: <to de quintas reales. Uno
solo de los mineros del siglo XV'II, el maestre de
campo don Antonio López de Quiroga, depositó en
las cajas de S.
1\lt.,
por derechos que le correspon–
dían pagar,
2:5 .000.00{)1
de pesos de trece
y
medio
reales. No se puede pedir más elocuencia para
jus–
tificar el ''vale un Potosí'' que Cervantes inmor–
talizó en el clásico romance ...
*
Y tomamos un descanso, otra vez, mientras ajus–
tamos la cincha bajo el codillo de las bestias. Y
contemplamos el paisaje. A trescientos metros aba-