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nado a batir el orgullo de su vértice airado, cuan–
do no quede una vasícula de su portentosa raigam–
bre y tiemble bajo la agitación de los ríos interio–
res, su armazón de sílice, de pórfido y de traqui–
ta. . .
Oinco mil bocaminas abrió un día la piqueta
española; hondas cuevas, algunas, que perfo.raron
el recio muro, empeñadas en agotar la opulencia
de las vetas matrices: Cotamito, la Rica, la Men–
dieta. ... Superficiales rasguños, otras, que marca–
ron la indolencia de los perseguidores, frente al
vestigjo opulento de la epidermis; tenebrosas, estre–
chas, las más: húmedas y quebradas como madri–
gueras de hwones; obscuras y frías como sarcó–
fagos. . . Pero e-l tiempo implacable ha cegado las
huelJas. Los lvéolos del inmenso pana¡, han des–
aparecido ba¡jo el de monte que se vu.-e}Jla, com0 n
manto multicolo
esde la cima al valle
y
lleva
sus guija ros hasta as qlilebl!adas remo as, a;rras–
trados por el a vion. , .
Pero mientras las mulas descansan en esta me–
seta
y
la vista se baña en el panorama de la Villa
Imperial, ensanchado a medida que ganamos la al–
tura, remocemos la encantadora leyenda que bau–
tism6 el cerro Rico :
Fué el penúltimo monarca de los tahuantinsu–
yos, Huaina Kcapac, que tedioso
y
enfermo, acude
a las termas de T'arapaya. Allí le informan sus