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vasallos de la be leza de
tm
cerro, el Sumac Orco
digno de ser hollado por la planta imperial. Baja
el inca a la alquería de Cantumarca. Ea monte
airoso despierta su interés. Y piensa en su Kcori–
cancha del Ouzco (la Gasa de Oro)
y
en la opulen–
cia con que ofrendall'Ía a sus diose , si el cerro le
deparara piedras finas
y
nobles metales. OrO'aniza
entonces su legión de mineros, que baten plata en
los asientos de 'Cholque Parco
y
lleva su viplación
al misterio. Pero la montaña se resiste, majestuo–
sa y tonante; y no bien los intrusos hieren su seno,
se deja oír una voz anatematizante, como salida de
la boca eruptiva del cerro: ·''Mana kcancmapacchu
Pachacamac janacpachapac huakcaichan!'' . . . (No
es para vosotros. ¡Dios rese¡ va estas riquezas para
los que vien"'n de
á.s
l~á!) .
Cuando upo el inca de esta
entenciosa recor–
dación, pu o en su acatamiento teogón:ico, la nomi–
nación gráfi a :
e i! -
exclamó.
Es
ecir, que ''e talla ', qU¡e "detona", que "vi–
bra}' . . . Y, efectivamente, tanto ha sonado, que el
Potosí de la fama, hizo del "heredero de un simple
rey castellano, el árbitro de E1Uropa y el más po–
deroso de los monarcas '' ...
Pasemos de lo legendario a lo real. Diego Huall–
pa, cuzqueño, mercader trotamundos, corría países
con su recua, negociando el bastimento de coca
y
otras vituallas. Posta de Cantumarca. Pero de su
improvisado aprisco, -
la "jara", como denomina
el autóctono al lugar donde pasan la noche los ga–
nados cargueros, -
deserta una llamita, monte
arriba, atraída por la '' cicuya'' que suele medrar
entre los riscos. Huallpa sigue sus rastros. La no-