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la, por que ya estamos en la bocamina de uno de

los primeros laboreos del cerro: Santa Rita.

®'n

el

eanchón de entrada trabajan las ''palliris", muje–

res que escogen y desmenuzan el metal y luego lo

vuelcan en los baldes del andarivel, con rumbo al

ingenio Velarde. No es este el asiento mejor traba–

jado del país. Llallagua, Aramayo, Pulacayo, ·Co–

rocoro, Uncia, preceden, como emporio industrial.

Pero este socavón tiene la particularidad de explo–

taií los principales veneros de la montaña ; las ve–

tas JVIendieta y Rlica.

Realizamos la incursión a pie, a través de las ga–

lerías. lVIunidos de candilejas a sebo, ganamos el

socavón principal en cuyo centro corren los rieles

e un decovil.

A.

los quinientos metros del por–

taló:n. e l mina, e:rruza

~a

pl'>imera e:ta que da el

teso

0

d s seis arcos de plata

y

seis por cien–

to e estano, por t())nelad e pe e¡rnal bruto, para

eleval'Se diez y diez Una vez paliado y escogido,

.o

O.e entrar n detalles sobre esta travesía por

la entraña del cerro.

Tocl.as

las minas tie:r;t_en los

mismos caracteres

y

produ~en

igual emoción. Des–

pués de haber descripto mi excursión por los soca–

vones de Uncia, los mejor trabajados de América,

poco queda por decir de estas madrigueras tenebro–

sas

y

frías . 'Riecorremost la galería central, hasta el

venero 1.\tfendieta, fuente· inagotable, que después

.de su contribución secular sigue dando su tributo

al Real ISiocavón, a la empresa poderosa de Soux,

y

a una infinidad de industriales que la sang,ran por

cien heridas. Y al regresar a la superficie, buscan–

do la caricia tibia del sol, no podemos ménos que

detenernos en la capillita de un forado transversal,

el ''crucero''', eomo se denomina, donde ar den los