-50-
jo, se ha tendido la ciudad como un cóndor inmenso
con su pico en Quintanilla y Pampa Rastra, su cola
en Oantumarca y sus alas abiertas desde el C'usi.–
mayo hasta los ingenios del
R~al
Socavón. Ya se
divisa la primer laguna de las treinta y tres que
"construyeron''' los españoles, sobre el lomo de la
cordillera de Karikari, prura mover, con fuerza hi–
dráulica, los ingenios de la ciudad. La serranías
de todo este extendido sistema orográfico se desta–
can en la esbeltez adusta de sus picachos, jugando
toda la gama del color, hasta diluirse en: el boceto
polvoroso de los últimos cerros. Sólo el verde avaro
se circunscribe a los sembríos diminutos que salpi–
can el siena de las faldas. La luz es· tan sutil, tan
in estigadma, tan agud,a, tan llena de cielo, que
no bjqO'a
ntornaT los ojos.
Es
una uz peculiar
que
s0¡~
e ·sto en las plap.icies de. Oruro ; es una
luz cristalina, dominadora,
qu~
,se apodera de la
tievra i dejar un rastro de sombra,; que llega has–
t e 'ltimo resquicio, no corn la caricia del sol, sino
como la invasión impertinente del espacio . . . Es
así que desde lo alto, desde una legua de distancia,
vemos el hormiguear humano en la plaza Miatriz y
en la plazuela de Alonso de Ibáñez, donde el famo–
so vicuña, precursor de la independencia america–
na, se ha plasmado en su estatua, con su recio pa–
vés dondie se estrelló el acero de los vascongados.
Mientras seguimos ganando la senda tortuosa,
mi
guía, que
1es
el narrador inagotable de esta
villa egregia y su montaña fabulosa, coordina los
recuerdos de su anecdotario para distraer el ca–
mino.
-Carlos V - me dice - quiso un día retribuir
con esplendor los servicios de su secretario, don