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-42~

¡El cerro de Potosí! ¿Pero no fué una leyenda?

¿Pero, verdad que sobre sus sillar es de plata, afir–

mó su lustre imperial Carlos V

y

eimentó su esplen–

dor la co,rte del segundo

Felipe ~

Porque después

de la flagelación secular que fundió en lingotes la

riqueza atesorada por su entraña, sólo el ensueño

es capaz de suponer que el cerro grávido, guarda

aun ingentes tesoros bajo su corteza de innocuo

pedernal .... .

La voz argentina de veinte campanas, me r ecuer–

da con el alba. Es una garrulEn"Ía encantadora que

vuelca, desde lo alto, su divino lenguaje sobre la

ciudad dormida. Campanas de San Francisco, gra–

ves

y

quejumbrosa ; campanas de San Juan y la

Merce<:t, atüdadas,

\br doras ca tizas; campanas

de S

1?-

gustín dohen e , alllg

tiosas, trémulas;

campan

d la 1a riz, soberbias y graves;

y

hasta

ja:do al 'lustra o

'sitante en los establecimientos mine–

ralógicos Real Ingenio

y

Ve1arde,

y

le han dado, sin

egoísmo alguno, detalles interesantes sobre el

benef~cio

de los metales, producción obte'llida, métodos

y

proce.·di–

'mientos usuales, etc.,

etc.

''Visitó el señor Molins la mina Santa Rita, de la em–

presa Soux, tomando nota' de la formación geológica del

cerro, de las vetas que lo cruzan, de los procedimientos

empleados en el laboreo de las minas

y

explotación de· los

metales. Desgraciadamente era día de f iesta, de modo

que no pudo ver una de estas labores en actividad, pero

esta falta supo reemplazarla el señor Augusto Soux, con

interesantes conferencias dadas sobre el mismo terreno.

"A las 12 del día, el señor Molins aspiraba con dificul–

ta! el aire enrarecido deo nuestras montañas en la excelsa

cumbre del gran Potosí, a 4.800 metros sobre el nivel de·J

mar. Desde esa altura, que hace cien años lograron ha–

llarla argentinos ilustre·s como Belgrano, Alvear

y

Díaz