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¡El cerro de Potosí! ¿Pero no fué una leyenda?
¿Pero, verdad que sobre sus sillar es de plata, afir–
mó su lustre imperial Carlos V
y
eimentó su esplen–
dor la co,rte del segundo
Felipe ~
Porque después
de la flagelación secular que fundió en lingotes la
riqueza atesorada por su entraña, sólo el ensueño
es capaz de suponer que el cerro grávido, guarda
aun ingentes tesoros bajo su corteza de innocuo
pedernal .... .
La voz argentina de veinte campanas, me r ecuer–
da con el alba. Es una garrulEn"Ía encantadora que
vuelca, desde lo alto, su divino lenguaje sobre la
ciudad dormida. Campanas de San Francisco, gra–
ves
y
quejumbrosa ; campanas de San Juan y la
Merce<:t, atüdadas,
\br doras ca tizas; campanas
de S
1?-
gustín dohen e , alllg
tiosas, trémulas;
campan
d la 1a riz, soberbias y graves;
y
hasta
ja:do al 'lustra o
'sitante en los establecimientos mine–
ralógicos Real Ingenio
y
Ve1arde,
y
le han dado, sin
egoísmo alguno, detalles interesantes sobre el
benef~cio
de los metales, producción obte'llida, métodos
y
proce.·di–
'mientos usuales, etc.,
etc.
''Visitó el señor Molins la mina Santa Rita, de la em–
presa Soux, tomando nota' de la formación geológica del
cerro, de las vetas que lo cruzan, de los procedimientos
empleados en el laboreo de las minas
y
explotación de· los
metales. Desgraciadamente era día de f iesta, de modo
que no pudo ver una de estas labores en actividad, pero
esta falta supo reemplazarla el señor Augusto Soux, con
interesantes conferencias dadas sobre el mismo terreno.
"A las 12 del día, el señor Molins aspiraba con dificul–
ta! el aire enrarecido deo nuestras montañas en la excelsa
cumbre del gran Potosí, a 4.800 metros sobre el nivel de·J
mar. Desde esa altura, que hace cien años lograron ha–
llarla argentinos ilustre·s como Belgrano, Alvear
y
Díaz