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chos años sus buenos servicios. El material de la ca–
sa se enriqueció con una máquina acuñadora cons–
truída en 1876 por los cerrajeros del país, Javier
Castro
y
Máximo Méndez,
y
con nna batería de
crisoles para la fundición de plata. Posteriormente
se, instaló la maquinaria m,oderna adqturida en
Nueva Jersey,
y
cuyo fnncionarniento es a medidor
micrométrico. La transición ha sido radical. Que–
da, como un vestigio glorioso, la vieja maquinariaJ
de madera, donde el minero acaudalado, bajo el
prestigio del sello real, amonedó su metal, ''sin di–
ferencia en los cuños, punzones
y
armas que la de
los reinos de Castilla''''. Ya las viejas maestranzas
no trajinan, ni tintinea el argento en las cortado–
ras, ni ruti a en los hornos rudimen a;rio
1
ni se
ablanda n lo
•tin
OJ?reSores del malacate.. La
herramienta
n
e a,
ecisa
1
diligente,
autom~tica,
s~
apodera del riel en la prensa laminadora, lo se–
lecciona, co
¡]_
e o
al, e a balanza de-
s~para
ción, perfe ona us
fu
co bajo las
cp~tadoras,
re–
coge las cizallas, acuña en los troqueles
y
rebor–
dea
y
afina en las tijeras de precisión.
Pero el triunfo de la mecánica nada tiene que
ver con el tono señorial de esta mansión, destina–
da a perpetuar el rastro español. Ningún monu·
mento americano, de la época de la colonia, puede
reproducir con más elocuencia el alma de los con–
quistadores: r eligiosos
y
tiranos; calculistas
y
lea–
les; caballerescos
y
ambiciosos; crapulizados por el
oro
y
redimidos por la cruz. M·ientras vibraba el
látigo de la mita en los negros tugurios de la casa,
ardían los velones -por la clemencia
d~
Dios cm las
agitadas maestranzas. Se ofrendaba a Minetrva, en