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-39 _...

chos años sus buenos servicios. El material de la ca–

sa se enriqueció con una máquina acuñadora cons–

truída en 1876 por los cerrajeros del país, Javier

Castro

y

Máximo Méndez,

y

con nna batería de

crisoles para la fundición de plata. Posteriormente

se, instaló la maquinaria m,oderna adqturida en

Nueva Jersey,

y

cuyo fnncionarniento es a medidor

micrométrico. La transición ha sido radical. Que–

da, como un vestigio glorioso, la vieja maquinariaJ

de madera, donde el minero acaudalado, bajo el

prestigio del sello real, amonedó su metal, ''sin di–

ferencia en los cuños, punzones

y

armas que la de

los reinos de Castilla''''. Ya las viejas maestranzas

no trajinan, ni tintinea el argento en las cortado–

ras, ni ruti a en los hornos rudimen a;rio

1

ni se

ablanda n lo

•tin

OJ?reSores del malacate.. La

herramienta

n

e a,

ecisa

1

diligente,

autom~tica,

s~

apodera del riel en la prensa laminadora, lo se–

lecciona, co

¡]_

e o

al, e a balanza de-

s~para­

ción, perfe ona us

fu

co bajo las

cp~tadoras,

re–

coge las cizallas, acuña en los troqueles

y

rebor–

dea

y

afina en las tijeras de precisión.

Pero el triunfo de la mecánica nada tiene que

ver con el tono señorial de esta mansión, destina–

da a perpetuar el rastro español. Ningún monu·

mento americano, de la época de la colonia, puede

reproducir con más elocuencia el alma de los con–

quistadores: r eligiosos

y

tiranos; calculistas

y

lea–

les; caballerescos

y

ambiciosos; crapulizados por el

oro

y

redimidos por la cruz. M·ientras vibraba el

látigo de la mita en los negros tugurios de la casa,

ardían los velones -por la clemencia

d~

Dios cm las

agitadas maestranzas. Se ofrendaba a Minetrva, en