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maquinaria, un suave misticismo pone también su

nota insinuante en los muros del salón. ' ' O Cle–

mens o Pía''', dice un borroso letrero, mal perge–

ñado sobre una de las puertas laterales. "O dulcis

Virgo María'', dice otro. ' ' Ave María Jesús'', el

tercero. Y sospechamos la tela evangelizante

y

pia–

dosa, donde un pintor de circunstancias quiso de–

cir, más que lo que dijo, en la reproducción de una

nota bíblica o una escena infernal ; y sospechamos

el c1'isto de plata, enclavado al mwro, tutelando la

ruda labor. Pero la nota religiosa, que llega a nues–

tro espíritu, como la

voz

de un órgano lejano, bien

pronto desaparece ante la fuerza irrazonable

y

ava–

salladora

el cuartel: ''¡Viva nuestro católico Mo–

narca Carlos IV! Potosí 1799'

1 ,

dice, en son de

arenga, la últi

leyenda de la sala.

ona

del perú

Descendemos

a.

la planta baja, donde está el sa–

lón de la fielatu¡ra. Y mientras desaparece el rastro

colonial, con la implantación de la maquinaria de

MeJgarejo (1869),

mi

amable guía, se empeña en

iniciarme en la numismática que suplantó, en Bo–

livia, los dineros del rey.

-Las monedas de la

R~pública

fueron de igual

peso y ley que la española, -

me dice ; -

pero

eran diferentes los atributos. El busto de Bolívar

ocupa

el

anverso, coronado por la leyenda •'Libre

por la Oonstitución' ' . . .. .