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principal esc-q¡rriéndose entre la sombra! . . . Todo
en esta morada es evocador y subj etivo. Pero la
not a sentimental, gue nos acerca al pasado, sufre,
de pronto, una brusca sacudida. Sobre e1 arquitra–
be adintelado, que abre paso para el segundo pa–
tio, un mascarón de yeso, de grandes dimensiones
y
pintado con colo:r.:.es vívidos, ríe una risa cínica,
que penetra con la agudeza de un puñal. .. No
atino a pensa¡r que el '' ridendo corrigo mores'' de
Roracio, que empleara el virrey Vértiz para el tea–
tro de la
R
1
anchería de Buenos Aires, pudiera plas–
marse en esta caricatura, infrigiendo el carácter
adusto de la fortaleza, refugio, en las horas
rági–
eas, de Marte
y
templo sacrosanto de Mercurio.
-¡Pero no! -
rectifica tal juicio mi acompa–
:ñ¡antc
Fué
una bro;Ifia francesa este figurón, que
rom e
a
onotonía claustral del edificio. Mr.
Moulou, e cultor a ratos y empleado de
la casa,
iso
v
n arse, un día, de un administrador des–
eo
:ido
y
ilioso. O:l;>tuvo permiso para ornamen–
tar sta arcada con una artí tica moldura. So pre–
texto de que los trajines de la casa molestarían su
labor, sustrajo la obra de la curiosidad gene¡ral, al
amparo de impenetrables ba¡;tidores. Terminó sin
tropjezos su trabajo. Y
fu~
sorpresa grande en la
casa, cuando al retirar los andamios se encontra–
ron con la vera efigie del p¡ropio administrador de
la Moneda .. .
-¡,Pero él mandaría destruírla? -
se me anto–
ja S1J.poner.
-¡ Quiá!. . . es mucha cos.a eso de perpetuarse,
siquiera sea un barro efímero. . . -
me responde
el celoso investigaqor.