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-34-

En

el departamento

de los m

alacates, quedan en

pie los fuertes maderos

traíd.os

de los valles de Su–

ere, la cuesta de EJjeñ

am y la

s nacientes del Pil–

comayo. A las palancas de cada uno de estos po–

derosos cabrestantes se enyugaban las cuatro mu–

las de labor, que, -

¡TIIios me asista! -

bien pu–

dieron tener la supleción de los indios, cuando ra–

learon las caballerías o se malograron las gramí–

neas en los valles de la comarca .. .

Recorro los compartimientos vecinos, bajo aquel

silencio monacal. Aquí perdura el rastro de la pla–

ta en el hacinamiento de sus relaves; allá el mani–

puleo aurífero, con sus fuelles para la concentra–

ción seca, prolonga, en el sombrío zaquizamí, su pri–

mitividad colonial. Y pasando al de:gartamento de

laminaci' ,

os ehcontramo

C<Yn

la vieja maqui–

nam·a

e

adera, con los macizos

y

enormes volan–

te de ced o

y

tipa, de}ltad(oo en tod,a su circunsfe–

renc.-ia

cm tacos re istentes. Todas aquellas piezas,

ep_g.I!ana a

onvenientemente en el juego de sus pi–

ñone ·, constituían el mecanismo central de la ma–

quina-ria. JJ,a tradición asigna a estos maderos su

origen en las florestas tucumanas. :Nada dicen so–

bre tal progenitu¡ra los infolios de la Moneda. Pero

quienes llevaron de Buenos Aires el metal para las

rejas de sus palacios, bien pudieron tomar para el

señorío de la real casa, los árboles predilectos en

el país del fragante limonero y el laurel inmortal.. .

La sala es espaciosa y sombreada. De las clara–

boyas, guarnecidas pQr fuertes barrotes de hierro,

han desaparecido las traslúcidas berenguelas, fas–

tuosos vitrales de la época. Aquí fué el centro de

la labor industrial de la casa. Pero al rasgo pecu–

liar de emporio fabril, significado en la dispersa