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a rodar el busto de Fernando VII, en las piezas
de plata, para equipar los ejércitos' de la libertad.
¡Y suerte que no se maceraron las clavijas de
bronce que aseguran el ensamblaje del portal, para
fund~r
cañones ! Cierta noche Don Juan Martín de
.Pueyredón, con los restos del ejército vencido en
(Huaqui, cargaba con el tesoro, rumbo a Buenos Ai–
res. Sobre esta contribución, hurtada al poderío
español, herido en la entraña, debía nacer el ej ér–
cito de Belgrano para cubrirse de gloria en Salta
y Tucumán ...
*
*biblioteca
Penetro en
],a
e
sin que ;me anuncie el recio
aldabón en cu torso
'6
illa eil escudo de Oarlos V.
Y siento
e,· de que la presión prime:ra no ilen–
ga la emotividad feuda.taria que debió sugerir a los
caballeros del Gran C1ovis, el puente levadizo, la
algarabía de los lebreles de caza, el ¿''quién va?''
del cmacero
fie~l
y
el chirriar de los goznes del
macizo portón.
Duerme el gran patio áJrabe su melancolía con–
ventual. La fontana musita un romance, por la bo–
ca de sus grifos, mientras un indio viejo se espe–
reza al sol de la mañana con la inconciencia de
un pájaro. Es ruinoso el solar. ¡'Pero dice tanto
a la
i
aginación fugitiva! Cada piedra tiene una
remembranza.
¡
Si hablaran los poyos del zaguán!
¡
S.i hablara la escalera de piedra, que gana el piso