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- 26-

al

recinto conventual, donde se pudiera infringir

la ley sin testigos . . . Y fué en el claustro de San

Francisco dO'llde se organizaron los cortejos, giran–

do las amplias galerías, sin que la espectativa de

la ealle osara dar pie a las expansiones partidis–

tas, trabajadas por la revolución.

!El decreto del rey, atentatorio a lit propia idea–

lidad de la raza, no tuvo el ne;rvio suficiente para

vencer ·el

espírit~

varonil y romántico, que acaba–

ba de fundamentar la propia colonización españo–

la.

.Y

¡guay del que hubiere intentado rescatar la

insignia! ¡Ríos de sangre hubieran ensanchado la

corriente del Huaina! . . . Pues no en balde diez

generaciones americanas aprendieron a venera·rla

y cinco mil bocas abrió el cerro para trocar sus

meta les por aquel pingajo leno de gloria y de

ideal ...

¿Y u

'i

:fi

se desprenda de sus escudos?

¿Queréis ( ue ancille el lambel de

us

arquitra–

bes?

¿

ue:r"éi

e se a.r.rangue el vestigio de aque–

lla ca áller ca

1

ep ad, que m<i>ldeó en el país,

el ti,po de los fijoda).gos, brava semilla de marque–

ses, capi anes y aventureros?

Cierto día un rey, dió en uso a Don Joaquín de

Otondo, el blasón de un marquesado : Otav1. Pa–

gaba así, ·Con leones rampantes, torres

y

jaqueles,

la valentía y la lealtad de un criollo. La alcurnia,

flordelisada con el heroísmo, po·r la religión

y

p or

el mona1rca, pasó en el entrevero de la emancipa–

ción política. P'ero quedó el escudo, como una pa–

t ena, ennobleciendo el so'lar. Y así pasó el linaje

de los Oarma y Üayara - criollos también, - bajo

la celada de gules bordados de oro ;

y

se perdieron

en la consangu1nidad de la República, los atavíos