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sobre faja azul ; '' P1us-Ultra''
!
Corona al cerro la
diadema imperial. Y al pie corre la siguiente le–
yenda: ''Soy el rico Potosí. - Del mundo soy el
tesoro; - Soy el rey de los montes. - E111vidia soy
d'e los reyes''.
Felipe II puso también su poco de espirituali–
dad y de amor en la ofrenda. Dividió el escudo en
cuarteles y afirmó los torreones de Castilla sobre
rojo y los leones de Aragón sohre amarillo. Y como
si la carta de hidalguía otorgada no fuera lo sufi–
ciente para significar la noble alcurnia de tan opu–
lenta ciudad, poco tiempo después, - 157.5, - nue–
va •Cédula colmaba la gracia real, poniendo todos
estos signos sobr-e campo amarillo, más el águila
imperial de Austria, bicéfala
-s
de cabezas corta–
das; más el toisó de II'o a su pecJlo; más la leyen–
da en torno:
" 1
e ariS' po e1;1tia - 1;>ro rexis pru–
dentia- iste excelsu. mons et argenteus-
orbe~
debelare unive sun ; o sea :
'" •Efl
poder d_el ·Em–
perador así 9'mo
:Q:r doocia del Rey
-y.,
e a ex–
celsa
y
argentea montana, bastan para
señorea.rl?edel orbe entero de la tierra.,_
¡
Magnífica, fidel
y
\romántica declaración del
fastuoso
l!""'~'elipe,
que aseguraba la gloria de su im–
perio en la bondad de la montaña estupenda
!
Y
nada más justo que la hidalguía de la ciudad por–
tentosa, pudiera afirmar en su armadura tan nobles
preseas, bajo la corona imperial.
Demostración tan elocuente, pone en su justo
medio la loa del cronista potosino M1artínez Vela,
que tiene aquestos ditirambos para su amada ciu–
dad: "La muy celebrada, siempre ínclita, augusta,
maQ'llánima, noble y rica villa de Potosí; orbe abre–
viado; honor y gloria de la América; centro del