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Perú; emperatriz de las villas

y

lugares de este

nueYo Mundo; reina de

la poderosa provincia;

princesa de las indianas poblaciones; señora de los

tesoros

y

caudales; benigna

y

piadosa madre de

ajenos hijos; columna de la caridad; espejo de la

liberalidad; desempeño de sus católicos monarcas;

protectora de pobres; depósito de milagroso

san–

tuarios; ejemplo de veneración al culto divino; a

quien los reinos

y

naciones apellidan ilustre, pre–

gonan opulenta, admiran valiente, confiesan invic–

ta, aplauden soberana, realzan cariñosa

y

publi–

can leal".

Pero no paró en esto la augusta ofrenda del

vencedor en Han Quintín.

Y,

precisamente, el cro–

nista de los ' 'Anales'', es quien se encarga de ha–

cer lleo·ar hasta

OS@~ros

laJ

not~cia.

Felipe, al pro–

pio

·ernpo ue otorgaba a Potosí, el último escudo

de arma , e hacia

oseedor del e tandarte cató–

lico que ·Don Juan de Aust ria tremoló en Lepanto,

est ndarte que se cq;nse;rvó, por largos años, en el

al ar mayor de la iglesia de la Compañía de Jesús

y que, al decir de algunos historiadores, desapare–

ció con los jesuítas expulsados violentamente por

Oarlos III. Quería con esto el conqui tador de Por–

tugal, superar

la

dádiva paterna, que puso en ma–

nos de Francisco de Centeno, descubridor de los

mejores veneros argentíferos,

el

pendón del alfe–

razgo real, rica tela de damasco carmesí con cai–

reles rojos y en cuyo centro, r ealzado con tren–

cillas de oro, el apóstol Santiago afectaba la acti–

tud de matar sarracenos.

Era de este jaez, como la magnificencia de los

príncipes, se disputaba el derecho de acrecentar el

lustre honorífico de la Villa

Imperial.

¡Y

qué