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hier~ro
mi muerte". Y, sin embargo, Toledos, Men–
dozas y Leones, esforzados, galantes y caballerosos,
convivieron su vida, corrieron sus calles, justaron
sus torneos
y
supieron morir y vencer por sus mu–
jeres.
Y
se ramificó en tierra criolla la prosapia
rimbombante de Castillos, !Enojosas y Alvarados;
Guzmanes y Godines; Zúñigas y Lacernas; Oquen–
dos, Bazanes y Sotomayores; Dávilas, Ei!1riquez
y
Chacones.
De
aqud linaje nació una aristocracia autóctona,
que renovaba con la labor, con la lealtad y con la
sangre, el brillo de las armas melladas en tierra
de infieles, en Flandes y en Iltalia, en Lepanto y
en Pa
'a.
Esto es
lo que me dicen
lq¡;
escudos nobiliarios
Pot sí,
aferrad.osal oportal de
S"\.lS
viejos ·case–
r n
. . .
La sangrecriolla, se enn<;>blecía, por la
·aci
de
rey, con¡.o si fuera menester esta carta
de
ida uía pa a prolongar el espiritu romancesco
Y.
o: ·
o de la raza. Pero, es tan hondo el recuer–
do, es tan
erte el atavismo, tan profundo el ras–
tro e pañol, -
por sobre la mita, las encomiendas
y los tiranos, -
que no habrá mano americana ca–
paz de atentar contra estas piedras labradas, he–
chas en reto a los siglos como una gloriosa partida
bautismal.
Fué
Carlos V quien puso óleo
y
e;risma a la no–
.ble ciudad; y fué un Toledo, vicerrey, quien pre–
gonó, por cédula fechada en Lima, el dictado de
Villa Imperial, Fidelísima y Noble,
y
afianzó sobre
el consistorio
de
Potosí, el escudo emblemático que
debía perpetuar su blasón. Ovalo en campo de oro;
al .centro, el hermoso y rico cerro de Potosí; a am–
bos
lados, las columnas de H'ércules, con el vaticinio