FER
'ANDo- CHAVES
Hugo
palmoteaba de regocijo. La visión del jalee•
inminente bañaba en alegría su alma alborozada y espol–
voreaba de luces sus ojos ·mortecino .
\"estidos ya, salieron a los corredores. Llegaron al
principa l. Un vocerío inmenso de cariño
y
admiración les
acogió. Los indios
salt~daban
al patrón comedidos y
gus–
tosos . Le querían a Raúl.
Las indias jóYenes espiaban ruborosas al
amito,
juncal
y
armónico que paseaba la mirada de sus grandes ojos azu–
les por la multitud ele sus siervos que le rendían homenaje.
-Patrón, ya es hora de hacér la ceremonia ele la Ra–
ma-se acercó a decir el escribiente, un hombre bonachón
y cándido de plateada barba rala, de unos cincuenta. años,
pero aún fresco y vigoro o, que había servido en la hacien–
da desde que tuvo uso de razón. Allí contrajo matrimoni o
y en Rosaleda moriría .
-Vamos-conte~to Raúl.-~o
ha de ser largo.
-No patrón-si labeó el escribiente sabiendo que ias
ceremonias eran larguísimas .
El cholo les guiaba por mitad del tumulto formado
por más de cien indi o de ambos sexos
y
diferentes edades.
Compacta era la muchedumbre pero al paso del patrón
serpeaba mal eable
y
dócil.
Llegaron al centro del patio.
A
una indicación de las manos del sirviente
y
constre–
ñidos por los empujones de los mayorales, los indios en–
gendraron una tortuosa línea.
Un indio viejo
y
atezado, con el rostro ceñudo
y
grave,
en el que chispeaban los ojuelos negros y desconfiados, se
adelantó. Le seguía su muJer. Colocáronse frente a
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