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FERNAI\"'DO CHAVES

su lengua tartajeaba elogios para sí mismo, sin que nadie

le entendiera sus merecimientos. Pregonaba los terrenos,

los animales que poseía y no olvidaba el dinero sonante,

m sus hazañas de macho. El era muy valiente.

Otro le interrumpió frenético:

Cobardi! Shamuy guagtangui!

Y

le mostraba los puños renegridos. Con los bra–

zos en alto, el poncho echado hacia atrás, la mi·rada inso–

lente y provocadora y la boca abierta como para

el

mor–

disco. el indio, desafiante y altanero. recobraba el gesto

varonil que perdiera hace tanto tieÍnpo .... Sólo el alcohol

resucita esa personalidad oprimida por una asfixia de si–

glos. I] Yicio se redimía: en medio de su miseria. era

enaltecedor y noble, reinvindicador.

Irguióse el retado con los ojos llameantes, ululó unas

pocas frase s y con la boca contraída y desbordante de espu–

marajos, ayanzó hacia el otro.

Se golpearon largamente con furia ele gallos. Sona–

ban los cráneos duros al ser machacados por las manos

toscas y enormes. Caños de sangre brotaban de las· na–

rices rotas y teñían la blancura de las camisas de lienzo.

Delirantes continuaban hiriéndose con furor brutal como

que encontraran placer en causarse daño. Los pómulos

sangrantes, amoratados. los ojos tumefactos, casi cerrados

por las hinchazones súbitas, aturdidos por los golpes,

pero aun ciegos de inqu:na. se detuvieron los indios. Sin

fuerzas para la arremetida bestial, con los brazos colgan–

tes, lacios, los ojos extraviados, prosiguieron eruptando

injurias por las bocas sanguinolentas y obcenas.

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