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PLATA Y BRONCE

Por los corredores de la hacienda los indios se pa–

seaban con una bulla alegre, una festiva algazara.

Raúl comenzó a vestirse. Hugo dormía aún. Su

cuerpo no recuperaba 'el desgaste del día anterior.

Asunción entró con el desayuno. Venía la buen.a vie–

ja diligente, limpia, cariñosa. Traía en sendos platos

dos vasos ele leche nívea, espumante. La traía del orde–

ño. La vaca del amito, una suiza de amplias caderas y

poderosas ubres, la producía todas las mañanas para el ni–

ño Raúl, exclusivamente.

-Si el niño quiere café?

- Tráelo-orclenó Raúl.

Asunción acercó una mesilla. Salió. Volvió al ins–

tante con el servicio. Conducí:a las tostadas áureas, ca–

lientes, pro\'ocativas.

Hubo que despertar al primo que seguía zumbando.

Se desperezó. Sentóse en la cama rápidamente. Las ro–

pas íntimas casi dejaban al descubierto su desmedrada

osatura.

-Toma leche o café, querido primo. Qué bien has

dormido!

-Si. Raúl. gracias. Opino que tú. a la inversa, has

pasado en vela. Estás ojeroso y pálido.

-¡Asunción, dame café!

Sonaba el pan al ser triturado' por los dientes de Htt–

go, e¡ue comía golosamente. Sentía apetito. Había dor–

mido el tiempo justo .... Esa leche purísima, ese café es–

pléndido, aromático, el pan y la mantequilla superiores,

no eran para despreciados por un hombre que los necesita–

ba. Casi diríase musical el rumor alegre que producía

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