FERNANDO CH.AVES
guado, evocaba la imagen placentera, codiciable ele la in–
dia en plena juventud, elerrochanclo el tesoro ele su belleza
inmarcesible. Hugo se acostó en silencio.
Y
a a obscuras, se
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imitó a decir a su primo:
-Y
o te curaré ele tus clolenci as mañana.
Raúl quiso saber cómo; pero al principio, le sepultó
en un aturdimiento tonto el aplomo de Rugo, y cuando
reaccionó y probó a interrogarle, Rugo dormía o fingía
dormir como un bendito.
Tuvo pues el castellano que masticar a solas su fla–
queza. Su idea fija, revolYiéndosele en el cerebro sin en–
contrar salida posible. le martirizaba. Quería sacar esa
locura lejos de él, gritada, herir con sus palabras apasio–
nadas el manto inconsútil
y
sereno de la noche.
Y
esa
obsesión, arañándole las paredes del cráneo, materializa–
da ya, semejaba un escarabajo que delira encerrado en w1a
caja diminuta. Si, esa idea era él, Raúl por enteró, su al–
ma no existía más que para esa operación psíquica: ama–
sada a ella, crear a Manuela en las tinieblas.
Y
su cuerpo
que para nada servía de provisto ele la energía interna era
así como una cosa muerta. un cofre vacío mientras no lo
ocupara la imagen taumaturga.
Entonces se animaba iquiera transitoriamente. Su–
míase en dulces Sl.teños eróticos ele los que despertaba con
lo miembros cansado , con los ojos húmedos, cercados de
li\'ores. caluroso, trastornado.
sí le sorprendió la mañana. Clareaba el alba y Raúl
no había descansado. Al contrario.
El sol se esparcía por el suelo en una mirífica lluvia de
rayo brilladore .
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