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FERN~NDO

CHAVES

Rugo al comér con delicia, con un placer que hacía tiem–

pos no experimentaba en la dudad.

Linda empezaba la vida en la

l~acienda.

Gozaba con

el viaje. ·

Súbitamente, al fijarse en Raúl, le vino a la memoria

su asunto,

como él ya le llamaba. ¿Qué entresijo de los

diablos podía sobrevenir ele esa pasión inesperada de su

primo? Le conocía. No era enamoradizo.

Y

aunque lo

fuera. De una india, por bella que sea, resultaba tonto,

necio. Tu misma pasión te curará, pensó por fin.

Fijó la vista en el cielo raso, niudo y meditativo. Una

sonrisa maliciosa floreció en sus labios finos y descolori–

dos.

-So11 las siete de la mañana; no vestimos ?-con–

sultó Raúl.

-Ya

lo creo-asintió Hugo. contento.-Qué bien se

pasa en tu hacienda. Ahora justifico tus largas perma–

nenctas. ¿Qué significa ese ruido apagado que llega has- ·

ta

aquí?

-Son los indios que andan y conversan por los co–

rredores. Hoy es el día de la Rama, aquí en Rosaleda.

-La Rama? Una fiesta?

Y

qué vamos a hacer en

ella?

-Nosotros . . . . Nada. He prometido a los indios

aguardiente. Lo daré. Viéndoles lidiar unos toros que

les he ofrecido, gozaremos nosotros.

Quiere divertirte? ....

-Pregunta es, y excelente la tuya! Bien digo que

llevas camino del monasterio. Linda

monja

harás primo

mío.

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