PLATA Y
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De los parajes más lejanos de la hacienda acudían los
-indios. Era la Rama, fiesta que se conmemora con har–
ta largueza por parte de los patrones, que emborrachan a
los siervos con aguardiente gratuito. En las primeras
horas ele la mañana ya llenaban el patio ele la hacienda.
Sobre el fondo terroso destacábanse en el triunfo magní–
fico del sol canicular, las notas sangrientas, ardorosas, lla–
mativas ele sus ponchos de lana y la albura ele sus camisas
y calzoncillos de lienzo. El patrón aún no asomaba, pero
por orden suya la fiesta comenzó.
El mayordomo, un cholo membrudo, cenceño, un tipo
<le varonil prestancia, con facha de centauro y de gigante;
hombre enérgico, curtido al sol dañino de los valles
y
al
soplo crudo del viento de las cumbres, repartía el aguar–
diente que salía borboteando de las espitas de madera de
ónco barriles pródigos que se a1ineaban en el corredor
principal de la hacienda.
:\ntonio era el nombre del mayordomo. Le quería
el patrón y le querían los conciertos. Trabajador
y
acti-