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Le
escuchan los otros temblando como azogados.
La idea del crimen les turba. Matar al niño creen
algo tan imposible,
tan
sobrenatural que
excede
sus
fuerzas.
Insinúan débiles protestas que permiten columbrar su
miedo.
-Si no les
necito.
Yo sólo le he de matar.
¡
Cobar-
des!
ólo les cuento. No irán a av ;sar,
mitayos mana-
pingas,
masculló furioso Gregario.
Ramón y Juan debieron ruborizarse. con los insultos.
1\o podía vérseles.
Sólo los ojos fulgían más amenaza–
dores, horripilantes.
Cesaron sus dientes de produci :· e!
ruido característico. Anhelantes,
turbados por la emo–
ción callaron al principio.
En seguida, repuestos de la
impresión que la noticia del crimen les originara y solici–
tados sus timoratos espíritus por la llamada urgente de un
sentimiento
ambiguo de odio al blanco y de solidaridad
con el hermano, exclamaron a una :
-Te ayudaremos nosotros.
Juntos
mos
de matar al
niño si abusa de Manuela.
-Palabra ?-profirió Gregario desconfiado y gozos0.
-Palabra !-afirmaron los otros con las voces varo-
nilmente resueltas.
Las manos rugosas y fuertes se entrechocaron.
Pactaron en la sombra una senténcia ele muerte. Ya
no podían retroceder.
La suerte del amo lascivo quedaba echada.
Mientras él se revolcaba en su lecho, presa de deli–
quios sensuales, los vengadores ocultos de la pureza de
:Manuela decidían matarlo por impuro, por depravado.
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