l!~ERNAXDO
CHAVES
a emborracharse.
·na defunción no es smo un pretexto
para una orgía.
Sus rencores. süs pastones se apagan al rumor de la
voz que ofrece el nepente cliYino.
* *
*
Las candelas
fenecían.
Los esfuerzos
repetidos
y
prolongados de la india por dar vitalidad a las bra as casi
extintas, resultaban
estériles .
El fuego espiraba
y
sólo
de cuando en cuando bruñía la caras cobrizas .de los agru–
pados en su torno con :vi sos
ama~illentos
de sangre acuo–
sa
y
millares ele chispas. Alisaban los indios -us pelam–
breras indómitas
y
se mordían los labios.
Media noche.
En esas soledades, únicamente en la choza del Grego–
rio había luz a esas horas.
En la · campiña ilimitada los
indios fatigados duermen en sus chozas.
tendido~
sobre
cueros ele borrego, sin más abrigo que las mantas
y
los
ponchos.
El indio reposa desde que empieza la domina–
ción de las sombras.
Su ouerpo extenuado necesita ·des–
canso largo.
.\1 otro día madrugará a las cuatro de la ma–
ñana para volver al diario desgaste.
o pierde pues, ni
m1
minuto de calma.
Se ha entumecido su sensibilidad
de tal manera que no gusta, no sabe ele los entretenimien·–
tos que al civilizado le hacen falta.
La noche era negra.
Las nubes bajas
y
pesadas se
hacían tangibles.
Apagado todo rumor. el silencio obsesionaba, oprimía.
con una vaga inquietud. con un inmenso temor.
Ramón se levanta
y
ya a mirar el exterior de la cho-