FERNANDO CII.AVES
Los cuatro indios aHí aglomerados no lo piensan.
No se clan cuenta siquiera de que existe otra manera de
viv ir, sino por las manifestaci ones mate:riales de vida más
regalada, más ociosa
y
quizá más feliz que ven gozar a
los otros que les mandan, les hacen trabajar sin que ellos
se rebelen. ni siquiera aken la cen·iz aunque noten que el
expoliador es menos robusto. menos sufrido: él se cansa
en un camino, no es capa·z ele soportar en sus esnalclas un
peso insignificante, él se anula al
a~frontar
las
ind ~mencias
de la naturaleza. -....
y
sin embargo ....
El blanco es el amo ele siempre. · Fue amo ele los abue–
los remotos que narraban, con lágrimas en los ojos, las
reconditeces ele la ferocidad hi spánica que ocu'ltan histo–
riadores parciales o abultan, equivocadamente, sentimen–
tales anodinos. Fue' .amo, después, del padre que ya se
extinguió embrutecido por e·J alcohol. agobiado por la fa–
tigá del trabajo continuo
y
extenuante; por él se unió a la
india que el amo gozó primero con la violencia ele sieíupre; ·
por él se convierte en el sien·o sumiso
y
el idólatra incons–
ciente de fetiches groseros en cuyo culto enervador y dis–
pendioso se agotan la vida
y
la fortuna ....
El fue también quien arrancó, en un pasado de le·ye:n–
d.a brumosa, el cetro del poder ele manos ele los vástagos de
los Schyris que tan heroicamente lo defendieran de otros
invasores a las oril'las del lago pardo
y
ceñudo que en los
repechos de esas lomas áridas se aflige como un espejo
manchado ele sangre. Fueron los ho'mbres barbudos los
que asesinaron al inteligente Atahuallpa, her-edero de-l Hijo
del So·l, ·por arrebatarle sus riquezas,
y
cambiaron l-a tran–
quila
y
vegetativa existencia de los indios bajo
.::d
gobier-
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