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FERNANDO CHAVES
Hablan en voz muy baja. Bisbiseando.
En su idio–
ma natal. Dirigen medrosa miradas a la puerta que tiem–
bla bambo'leada por el viento. como que recelan de que
al–
guien les oiga.
-Para qué llamará tanto el niño Raúl a la Manuela?
-comienza banal la india.
Casi al mismo
tiempo bostezan los indios.
Uno, el
Gregorio de formas atléticas.
En la ca1·a rugosa
brrlla
con reflejos
sanguinok~1tos
la nariz ganchuda
y
sudorosa.
Los labios gruesos. de un rojo amoratado, agrietados, es–
camosos se retuercen en tm' rictus irónico qué hao:!
1x~nsar
en que su propietario ha vivido mucho
y
posee la sabidu–
ría subconsciente del instinto, trasmitida all través de miles
de generaciones.
Los cabellos caen por los lados de
la
cara en gruesas
tl
:nzas. que a pesar de la edad dd indio.
se conservan negras. relucientes.
Los otros dos son delgados, macilentos. de una lividez
de cadáver. En los rostros alargados
y
escuálido·s se
p~r
filan las narices de a!letas abiertas que olfatean con facili–
dad recogiendo los olores como los perros de caza. Tien-i–
blan isócronamente las figuras encon·adas de los dos in–
dios esmirriados que se aglutinan contra las piedras
cid
fo–
gón con
tm
ávido afán.
Les resuenan los · die111N':s amari–
llos
y
afilados.
Sobre los labios convulsos
y
los ojos ro–
deados de livores se asoma la desesperación.
Los indios
son •enfermos. En el val'le ardi,ente han adquirido la trai–
dora fiebre palúdica que. como no saben combatir. les ani–
quila por rompk:to. volviéndoles esqueletos vivientes en los
que sólo conservan animación -las pupilas codiciosas
y
va–
gas.
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