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PLATA Y BROXC'E

quí cual si el cit:lo fuera una giga·tlrtesca caunpánula inver–

tida.

La calma tarclecina era un sedante para los ma:les es–

pirituales.

Los mugidos del ganado ahito en las praderas llegaban

distantes, tenues. No los mugidos roncos de los toros

~en­

celados; mugidos ele satisfacción, chikes. ele égloga de los

animales tranquilos; la oración por el día agonizante. Una

elegía natural y balsámicamente

h ~rmosa.

subía en espira–

les aromadas

y

plácidas ele todos los campos por la n1uerte

del .sol. prodigador de la vida.

El ocaso. ele una majestad infinita, ponía humeclad de

plegaria en las miradas que· se dirigían hipnotizadas hacia

los riscos lejanos en que desca.eCÍaJlJ Jos últimos coágulos de

la sangre rútila del astro.

El rumor diario se extinguía en una penumbra evanes–

cente. De todo se adueñó el silencio. rey todopoderoso

que extendía su capa de sombras por los campos s.erenos.

Callados, el uno al lado del otro. conrt:emplánclose en las

claras pupilas la agonía lujosa del sol. Raúl y Rugo apro–

ximáronse a la casa.

Las seis ele la noche.

Por 1e-I corredor del caserío aYanzaha en dirección al

comedor, después de salir de la coch1a, una india joven

y

es–

belta qne llevaba en las manos, lavadas hasta el primor, una

fuent.e grande ele papas humeantes. de harinosas entrañas

amarille11'tas que se salían fuera, se libraban ele la cárcel

qu~

l·es formaba la corteza delicada y rosa. Aquello era

gloria. Papas nuevas y exoeilentes. :Manjares que ofre-·