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PLA'l.'A Y BRONCE
mente con la pos-eswn ruda. brutal cúspide
del
sentimiento
amoroso. Y siendo todos los mismos se nos arrebolan
la mejillas porque uno cuenta sus hazañas con más verdad
que otros. Es la duradera hipocresía humana que gusta
de las cosa veladas.
La voz del joven dejó apar-ecer un lánguido tremor.
Hugo callaba. Vagó por sus labios resecos una equí–
Yoca sonrisa. que bien podía ser ele aprobación o ele repro–
che.
El sol
s ~
había ocultado entre mtbes caliginosas for–
madas por sus rayos socan·adores. A la cegadora luz cenital
sucedió una semipenumbra morosa
y
cálida. Dentro del
aposento ca3i dominaha la oscuridad.
Las persianas entornada · negaban
d
acceso a la luz
y
sólo permitían el del recargado olor ele
floripondios
del
jardín vecino.
Propicio el ambiente para las conf:clencias.
-No has visto a la l\Ianuela ?-indagó Raúl.
-No--afirmó H ugo.
-La verás en la merienda-continuó Covadonga. Sin
poder subyugarla, inhábil para llamarla mía. fue natiéndo–
me en el alma. sin que te pu ::·da decir desde cuando. un obs–
curo sentimiento que yo interpr.eté como despecho y nada
más que despecho por mis fracasos! Mas no era. porque
en vez ele odiar a la longa. su imagen me rodeó por
toda~
partes. Todo aquí 1ne habla de ella. Ya
In
ves. hay para
re1rse. Yo. enamorado de una longa . . . . Y no puedo
huirme. l\Te siento ligado a esta casa, a estas so.Jeclad es, a
-estos campos. a este cielo de un a:zttl declamatorio y enga-
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