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FERNANDO OHAYES

Fue allá.

-Discúlpame, primo. TuYe mucho que ordenar. Ya

estoy aquí. Sigamos.

Volvió a encerrarse en su mutismo ele la mañana como

en una concha. Taciturno y ensimismado.

Hugo con un apetito de caníbal, celebraba las viandas.

La caminata despertó las fuerzas de u fatigado estómago.

Los manjares sencillos

y

sanos. sin complicaciones

ni

aliños, ].e prometían mucho bienestar, mucho vigor y el qui–

teño comía a dos carril'los.

Raúl probaba apenas. Su mente se debatía en el im–

perio despótico ele la idea fija.

El primo-sin perder por ello un bocado-le observa–

ba

cautelosan~ente

hacía rato. Al

fin.

cortó el silencio.

-Supongo no será prohibido habla11· aquí ... Raúl. qué

te

pasa, qué tienes? Cuenta, desconfiado.

-Nada-objetó el patroncito, casi displicente.

-Entonces, como se explican tus pertinaces mutis-

mos, tus rumias inacabables y ese modo ele poner los ojos

én blanco con tanta frecuencia?

-Ya te diré. No es el momento.

-Hugo se consumía de curiosidad. No obstante se

calló.

Después habló sobre la vida de Quito. · Hiperbólica y

CllillCalínente. Recordó de cuantas chicas

estaban en la

edad,

según él decía. Trajo a la memoria de stl pariente

accidentes que él creía ya esfumados en su vida y que no

lo eran tanto. Episodios cle su vida de soltero rico en la

capital. · Noches ele juerga. Amoríos

fácil.es

, caprichos

siempre satisfechos, holgorios, jaranas y hasta lances con