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PLATA Y BRONCID

III

El joven hacendado fue a cumplir sus obligaciones, a

dar órdenes frías, secas :

-Que se preparen lo · peones para el cort.e de cebada,

mandó. Más que por eso huyó de la casa por huir de

Rugo.

Quería reflexionar.

Se vió su figura prócera, sobre el ágil potro que se

movía a su sabor, vagar por la cima de los collados opulen–

tos, bajo la caricia ele ese sol delicioso que torna doradas,

de un dorado vívido, las espigas del trigo.

El niño erraba reflexivo.

Los indios se asomaban a

las pnertas ele las chozas de sus

huasipungos,

para conte1n–

plar la silueta móvil del patrón que marchaba al azar por

los senderitos de entre los sembradíos.

Iba con la cabe.-:a

,

ioclinada. los ojos casi cerrados,

abstraído.

Paróse el

caballo y aspiró con delicia, dilatando las rojas narices, el

aire embalsamado de trébol y hierba-buena que corría so–

bre la tierra nutriz, generosa

y

ubérrima. El jinete no se

dió cuenta y siguió meditando.

El sol cabrilleaba en las

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