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FERNA~DO
CHAVES
espuelas ele plata y porfiaba por ,·encer la
<l ~·fensa . qtw
de
la tez. ya comenzaba a tostar del ca•haJilero, hacían
ia~
an –
chas alas del ''Stetson ·· plano que cubría su' arrogante testa.
Así permaneció bastant•? rato. Caviloso. semejaba una
estatua.
Razón le asistía al pobre para pensar tanto.
Aquel amor que le nació en el pecho con ímpetu fiero
e
incontenibJ.~ ,
le transformó.
1\o
era, no. el Raúl de an–
tes. Se vda diferente. Y por qué? Por una india de
mirada dulce
y
turbada, pero que en la limpidez de cristal
de sus ojos d::llatando estaba la ignorancia
y
la rusticidad ;
por una india de formas _venustas, pero, al fin, vaciadas en
bronce; por una india. fruto agra•z. que tuvo el mara vi lioso
poder de refrenar su viciosa voluntad, pero sólp una india....
Imposible .... El. un
e:~,·adonga,
no pod'ía amar a la
doncella aborigen.
Des ~ arla.
poseerla porque era una be–
lla obra de arte. si; pero sublimarla, llegar al vértigo de la
pasión. prestarle homenaj-e. endiosarla, amedrentarse, él;
Don Juan por herencia
y
por tradición, ante sus melindres
bravíos; qué ridículo.
Raúl pensaba: Cómo va a reírse Rugo cuando le
cuente este deslayado amor. Justicia tiene que le sobra.
·
No.
no le contaré nada. Se burlará de mí.
y,
¡quién
sabe!, tal vez sus pullas aumenten el abismo que se abre
desde hace días a mis pies. Quién sabe si el r-emolino ·en
que se hunde mi razón se obscurezca con sus bromas.
Y
e']
primo es tan satírico .... Pero la tortura de ca–
llar es imponderable; no puedo resistirla por más tiempo.
El demonio del silencio me
obsed ~
con más satánica cruel–
dad que lo que in1eclen quemarme las cuchufletas de Rugo.
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