PLATA Y BRONCE
Kecesito decir a
algttio~n
que amo a la Manuela. Este su–
plicio acabará pot· matarme .... Debo decitilo.
Y
ese al–
guien no puede ser otro que Hngo.
Violentament•e se resolvió. Le,·antó el ala del som–
brero
y
sus miradas otearon desafiantes espaciándose en
las manchas verde plata de los cañaverales de allá abajo,
del valle tropical
y
fecundo. El perfi'l aquilino y tostado
del joven reproducía el de un conquistador. Nueva con–
quista la que él efectuaba. En lucha anteica con el clima,
implantaba la industria y extraía con sus manos robustas
la riqueza pródiga de esa tierra moza, riente y abandonada,
Y
bañado por el oro ardiente del mediodía. Raúl se
afir~
maba altanero en los estribos,
y,
mirando su feudo dila–
tarse sin límites en
e•l
horizonte enrojecido, recogía una
belleza marcial y briosa de rey, de señor .....
Miró el reloj. Las doce pasadas.
Hincó las espuelas. El potro. hizo un esguince de do–
lor
y
partió al escape.
Era el centauro mítico. atraYesando los lujuriosos
campos vernal·es al rítmico son de sus pulidos cascos. El
torbellino audazm:: nte ciego de los casteHanos que vinieron
a violar la pereza ele estas regiones para que abrieran los
soñolientos párpados a las fúlgidas auroras ele la civiliza–
ción, involucraJclas 1nn·a ellos en las hogueras y los autos· de
fe .... Es.e
ga~lopar
desaforado era simbólico. El mismo
de hacía cuatrocientos años. Así ' fueron a la conquista.
Antaño de territorios inmensos y ele riquezas sin cuento.
Ahora de riqueza limitada y después ele ruda brega.
El animal llegó jacl.eante. De un salto bajó el hacen–
dado. Hugo le esperaba ya en el comedor.
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