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(
PLATA Y
BHO~CE
La longa ruborosa le servía en un mate que ella mi ma la–
vara con un ruido musical de las sortijas innumerables de
sus dedos gordezuelos
y
rojizos. El patrón bebía el agua
con placentera lentitud
y
siempre procuraba enhebrar la
parla con la Manuela que, toda turbada, esperaba que el
niñu desocupara el mate.
Al despedirse Raúl anunciaba al oído de la longa:
"Tengo unas huallcas, · unos anillos, unos aretes .... para
ti.'' Ella! jamás contestó, nunca fue a recoger los obse–
quios,
y
no quiso recibirlos
y
los abandonaba si el patrón
le ponía, a la fuerza, en las manos algo de lo ofrecido.
Y sin sentirlo, Raúl acosando a la longa con una per–
tinacia insólita
y
la l\Ianuela resistiendo
y
despreciando al
blanco tentador, llegaron a colocarse en una situación ori–
ginal.
Sin saberlo, sin analizarlo, con brusca e importuna
llamaradas, Raúl se dió cuenta de
~u
amor a Manuela. Ex–
traña mezcla, de amor sensual para las formas divinas e
intactas de la langa,
y
veneración amorosa por su pudor
desusado e invencible, por el recato tímido de la virgen in–
dígena y bellísima que, al parecer, no se daba cuenta de
la pasión· que fomentaba con su rudo despego, con su mon–
tés desprecio, en el amo que sólo trataba de mancillada.
Ya era así. Raúl no se lo explicaba. ¡Cómo! Un
Covadonga enamorado,
y
de qué manera!, de una india za–
fia
y
brusca, sólo porque no cedía a sus requerimientos.
únicamente porque no fue una conquista hecha . . . . Pe–
ro, la verdad. Raúl amaba a Manuela.
Cada vez encontraba más encantadoras sus huídas
y
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