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FERNANDO CHAVES
taleza blanca de su virtud al asedio criminal suyo, resulta–
ba una historia vergonzosa.
La longa era atrayente. Flor salvaje de perfume em–
briagante ele fuerza
y
castidad, estatua animada de · fínea
perfecta; bocado exquisito para su refinado paladar ele
gourmet
ele los platos picantes ele Afrodita, pidiendo esta–
ba
ttn
admirador; pero amarla, con esa adoración respetuo–
sa, con e a unciosa timidez con que él. el conquistador vo–
luble, le amaba. convirtiéndola en una alta
y
seductora
imagen, era un contrasentido tan grande, un clesprorósito
que rayaba en locura.
Lo peor re iclía en que no pudo librarse del conjuro.
Cercana la india. indefensa, y sinembargo parecía lejana,
poderosa.
En ese e taclo de triste indecisión. mejor era huir a la
ciudad, anegar e en las agua pútridas de sus amores fá–
ciles, ele us francachelas costo as
y
dejar al lirio selváti–
co, solo, intacto en su riscos nativos. Olvidarse de él.
Cuántas chicas superiores al lirio del monte, amas de la
india grosera desfallecerían ele amor en los brazos de Raúl.
Había que alejarse.
Su razón se extravi aba.
Cómo dejar una flor del jardín del pecado. una rosa
nue\'a que aromaba u aire, su aliento
y
que Raúl podía cor–
tar, y sumir e en su sen ual perfume sin más que un poco
eL resolución. con ólo quererlo. . . h, qué indecoroso ...
Toda su fama ele conquistador se derrumbaba estrepitosa–
mente, y le sonaba a ironía lancinante el rumor misterioso
de las risas, ele los gritos de placer ele la mujeres de antes,
de las otras que fueron uyas. Sobre todo ese espectáculo