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FERN.A~DO

CHAVES

Se .iba la Manuela, y Raúl quedaba venteando como

un animal febricitante el aroma cálido de esa flor ele juven–

tud y de be•lleza.

La Manuela era una

~ermosa

crátera que

contenía bullicioso un vino fresco

y

tentador ele vida, que

los lab ios abrasados de Raúl anhelaban beber sin conse–

guirlo, y, nuevo Tántalo, el señorito se desesperaba.

La longa estaba en sus manos.

¿No se hicieron los

indios para satisfacción de los caprichos de los blancos?

Sólo porque una india era joven y linda, iba él a quedarse

burlado? No. Antes por eso, Raúl creía un derecho suyo

y nada más que suyo, saborear las delicias que la juven–

tud lozana, vigorosa de Manuela prometía.

una nueva víctima, qué más daba? Era india ....

Mejor! Después .... le buscaría novio, y en persona sería

el padrino .

. Fácil hubiera sido para Raúl Yiolentar a la Manuela,

pero no lo quería.

Por la defensa rústica y ardorosa que

la india hacía de su persona. el amo la deseó más

y

sintió

en su alma una especie de respeto, así como un reconocí- .

miento del derecho de la longa a retirarse.

y

admiraba le–

janamente su. bravía dignidad de hembra íntegra en con–

traste con las urgencias del macho sensual que la busca–

ba sólo momentáneamente.

Raúl quería domeiíarla por can no. Ansiaba que la

longa cediera a sus exigencias domada por sus palabras

y

sus ternezas.

Y

la mimaba

y

la· obsequiaba.

Cuando iba a rodear las chagras, a vigilar las faenas,

siempre se detenía en la choza del peñascal, en la del con–

cierto Gregorio y jamás dejó de preguntar por la

Longa

Manuela,

y

allí, cuando ella estaba sentía sed

y

pedía agua.

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