PLA'I'A Y BRONCE
· jubiloso sol mañanero. Anduvo largo rato deteniéndose
a trechos, obligada por la batalla interior que libraban sn
tosco amor, su afección pueril y completa por Venancio.
y la obediencia al amo, esa obediencia
cieg<~;
e insostenible
que era como un legado de oprobio que los padres tras–
mitían a los hijos en la sangre ruin y en el cerebro entu–
mecido por una esclavitud de centurias.
La obediencia venció. ¿Cómo iba a sacudir la pobre
longa ese secular marasmo de 'la volición que, abonado
por el miedo y unas creencias supersticiosas, gravitaba so–
bre los débiles espíritus de su raza?· Tenía que salir hu
mi liada y someterse. No era ella quien había de iniciar
la rebelión contra la casta odiada y abusiva, contra el es·
pañol opresor y sensual que consideraba al indio sólo como
animal ele labor y placer .... Oh, no ... , y seguía avan–
zando a la casa de la hacienda que albeaba entre eucaliptos
corpulentos, a la derecha del camino sombreado de higue–
rillas y por las hojas erectas, carno as y ofensivas de la ca-
buya.
.
La· Manuela entró en el patio grande de la hacienda.
El patrón Raúl estaba allí en traje ele montar y er.
mangas de camisa, probando un caballo que esa mañana
llevaron a venderle.
cer!
Miró a la india con afectuoso desdén y le gritó.
-Manuela. anda no más a la cocina !
¡
Busca que ha-
Y volvió a entregarse a sus tareas con una fingida des–
preocupación. Probó el caballo, habló de las siembra<>
próximas con los chagras sirvientes, impartió órdenes se ·
cas, concisas.
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