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PLATA Y BRONCE

de e,·ocación. coronándolo,

urgía radiosa. distinta la fi–

gura ele la langa que en su rebeldía montañe a, en su in -

tintivo encogimiento, encontró el escudo encantado de su

amenazada doncellez.

Raúl dejaba de pensar en la langa entregándose con

ardor inusitado a todas las faenas. hasta a las que no le

correspondían.

Y

en todo tomaba parte con una vehemen–

cia, con un temblor nervio o ele conocidos que traían asus–

tados a todos los sirviente .

¿Qué pasaba con el señorito?

runca le vieron así.

Tenía la mirada por momentos fija.

con fijeza turbado–

ra, moYible, errátil, con

inquietud de amenaza:

el ade–

mán inseguro, fluctuante.

Jamás estuvo así.

· El

patroncito

fue siempre bueno. Gozaba de una sa–

lud a toda prueba.

Parecía

un bello joven de hierro.

Ahora. un impulso

el~

acordado le hacía trabajar,

afanar

sin tino, sin medida; se puso flacC!, y pálido.

Su alegría perpetua de antes huyó, sin dejar en sus la–

bios carno ·os

y

rojos. más estela que la que dejan en las

nubes las alas blancas. raudas ele las aYes migradoras.

Raúl acabó por confesarse a sí mismo, entre sonrojos,

su enamoramiento de la l\IIanuela.

Sin tene1· a quien confiarlo en el aislamiento de la ha–

cienda. su cariño inmenso tomó para él los perfiles de un

suplicio.

Por otro lado, cómo decir que· sentía

amor, a

más ele deseo. por la langa del Gregario?

A un amigo ter! yez entregara su secreto. D espués

de todo por qué no podía el amo sentir cariño por la sier–

.va si ésta era gallarda y esquiva como una Diana?

Las difet·encias ele clase,

de color, pasaban por

la

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