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PLATA Y BRONCE
magnífico que se hundía con sus anclas de oro en un mar
de sangre en las lejanías legendarias de la historia ele su
patria.
Pasaron los españoles codiciosos aguijoneados en su
obra. al principio únicamente destructora y de extenninio,
por los frailes sombríos cuya diestra empuñaba una ahija–
da simuladora grotesca
y
torcida de la cruz .... Valverde
y Pizarro . . . .
'
La degradación de la raza vencida. su resignación ante
los mandatos
cid
blanco, la humildad nacida de la convic–
ción de su inferioridad , en el insinuarse ele las lágrimas que
anegaban la pupila, cuando él , Raúl, el enamorado se acer–
caba. Y esas lágrimas no eran lloro, no llegaron a ser
llanto de protesta, ni siquiera de .franco dolor, porque has–
ta ellas fugaban cohibidas. intimidadas por los ojo
alti–
vos, en el amor incluso. del nieto ele españoles.
La huída era imposible.
Yil
la ensayó Raúl.
Pero
no pudo.
El alma soledosa de las cuchillas silentes le de–
tenía.
Con sus brazos ele niebla le aprisionaba el encan–
to desmedidamente nostálgico
y
ugerente de esas quiebras
andinas por las que ambulaba el alma callada, sombría–
mente rencorosa ele los indio , alma fosca que e cristaliza
en las notas d esvaídas. llorosas ele las flauta s miserables
que gimotean en las chozas por las tardes.
Todo adquirió vida
y
forma humanas para contener
a Raúl.
Las quebradas agrestes
y
la 1omas enhiestas;
los pajonales rumorosos del páramo
y
las manchas verdi–
negras ele los bosque en la montaña, el precipitarse ele las
aguas en los altos
y
la superficie ele espejo del lago perdi–
do entre las breilas: la brisa fresca
y
perezosa de las se-
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