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PLATA Y BRONCE

ii.ara de él, lenta. gelatinosamente haciéndole súbdito de

su tenebroso imperio de vileza y de silencio.

La fastidiaba pensar que tendría compañía durante

algunos días. Ya no haría sus confidentes a los desman–

telados cuartos de la hacienda, ni a los muebles vetustos,

ni a las crestas severas y distantes ....

Otro u otros espíritus le acompañarían y sus afectos

se refugiarían, se esconderían en las simas de su alma.

Por eso ni se preocupó siquiera de indagar si Rugo

iba con otros.

El mismo Rugo podía ser un estorbo; si llegaba acom–

pañado más aún.

Quizá antes, fuera como una roca para él que se sen–

tía naufragar desfall.eciente en un piélago de amor incon–

fesable.

Pero ahora . . . Su temor le exasperó. Tener

que relatar a otro que, por mi:edo, por vacilación, llegó él,

cobarde. irresoluto, a dejar crecer en su alma esa planta

autoYenenosa, esa toxina que llan1an amor ....

Cómo confesar su pasión deprimente.

Se burlarían ele él.

Esas bHrlas le harían mayor da–

ño porque no se creía capaz ele evitarlas; porque se con–

venció de que le fa-ltarían fuerzas para comprobar que era

el mi mo Raúl, el enamoradizo irresistible de otros tiem–

pos.

Sus esfuerzos estériles sólo serv1nan para demostrar

que se cambió en la oveja mansa ele Cupido, y que la flor

exótica, la india miserable hizo el milagro que no pudieron

las otras, y sin más armas que su humildad salvaje, su pu–

dor campesino

y

sus encantos de tierra nueva

y

prometedo–

ra.