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PLATA Y BRONCE
rojizas llameaban y las hojas de los álamos cercanos bri–
llaban con destellos de plata.
Frente a'l enorme patio que daba al Oriente, levantá–
base el pabellón habitado. Se subía al corredor por una
escalinata ele piedra que el continuo trajín de los pies des–
nudos ele los indios pulió, dándole un lustre metálico.
El corredor tenía pilares y un barandal de madera en–
vejecidos. De las paredes colgaban cuadros de un pintor
anónimo. que hizo bien en ocultar su nombre, porque sus
tentativas de reconstrucción histórica de escenas ele la
Conquista, resultaron. en verdad, infelices.
Un pasadizo que partía del centro del corredor prin–
cipal daba acceso al interior.
A la derecha. las habitaciones de Raúl. Amplísima
y cómoda la que le servía de dormitorio, con la holgura
fastuosa
y
un poco cursi que
empl~an
los ricos en la deco–
ración ele sus viviendas de campo. Reinaba en ella un
agradable desorden de los muebles. Uno de los extremos
lo ocupaba la cama de RaúL una cama enorme, ele las an–
tiguas , con altos espaldares y un impexial primorosamen–
te tallados. junto a la cama un velador lleno ele los más
heterogéneos objetos. Periódicos, libros, frascos de
m'–
dicinas. un reloj. nn candelero con esperma a medio con–
cluir . . . . Un armario abierto mostraba en risueño abi–
garramiento los lomos y las
tar~as
ele los libros
encerra~
dos. Allí moraban en fraternal compañía
el
dulce, el áti–
camente irónico France ele Catalina la Encajera
y
ele Je–
rónimo Coignarcl. el sabio abate; con el dilettante agua–
fortista del Vicio Errante, con Lorrain, que distraía, en
ocasiones, las horas muertas del señor de ese castillo tor-
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