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FERNA:r-."'DO CilAVES

fisiológi_cos de su cuerpo endeble,

y

como espía, como· un

consejero del ele Covadonga.

Raúl envió los caballos que le pidió su padre, casi con

disgusto. Sinembargo ele saber que era Hugo el que lle–

garía a la hacienda, sentía, con toda el alma tensa eq un

esfuerzo ele adivinación, que le interrumpiría-n en su doloro–

so ensueño ele amor y que su situación cambiaría brusca–

mente.

Casi le encontraba agradable a ese torturador estado

ele impotencia. En su empeño de asir a la india fugitíva,

de encadenar a su afecto a la beldad broncínea, sin más re–

sultado que el fracaso, descubrió un placer remoto, sinuoso,_

no sospechado por su espíritu hecho al triunfo fácil des–

pués ele breve y ficticia lucha. Una voluptuosidad que ja–

más paladeó. El amargo sabor de la derrota adquiría un

dulzor ambiguo ele anonadamiento, un dej·o ·consolador de

resignación ante lo imposible.

Como alguien le iba a escoltar en su soledad, tal Y·ez a

cambiar el rumbo vacilante ele su vida en esos momentos,

sintió nacer en su alma un rencor para el intruso.

Con el desamparo aumentaba su martirio, pero esa

misma plenitud ele dolor no mitigado por· las manos suaves

de la consolación ajena, le poseía, le embargaba de tal mo–

do que ya le hallaba placentera, y, poco a poco, atisbó que

se tornaba egoísta de su dolor y que lo guardaba para sí

con avaro deleite; trocándo&e de comunicativo

y

jovial que

era, en arisco y serio, como si el alma anquilosada y amorfa,

el

alma amiga de la tristeza y el encierro, el alma de la in–

dia se hubiera pasado a su cuerpo y le rigiera, y se adue-