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PLATA Y BRONCE
li
ün día el sirviente que partía cuotidianamente al pue–
blo vecino regresó con un papel amari'llo. Un telegrama
para
niño Raúl.
Los padres encontraron anómalo su si–
lencio de tan largo tiempo
y
aoveriguabCiln por él. Tres
meses pasaron sin que Raúl escribiera a sus padres. Es–
tos preguntaban por su salud
y
anunciaban la visita de
un
primo. mozo apuesto y libertino, que para descansar unos
días o meses de la fatigosa vida, capitalina, iba a la ha·
ciencia, con lo que daba pábulo al gran deseo de los padres.
de Raúl.
-No tiene quien le acompañe, decían. Se aburrirá
soberanamente. Sabemos que trabaja demasiado. Quién
sabe si hace eso por no poder otra cosa. Y no quiere sa–
lir de allí. Necesita distraerse. ¿Para qué trabajar tan–
to? Los sirvientes se hacen lenguas ele su diligencia y,
últimamente, hablan de su hiponconclría. Ancla, sobrino,
acompáñale algún tiempo. Dános noticias ciertas ele él.
No quiere personalmente avisarnos detalles. Ancla, Rugo,
tú
nos tranquilizarás.
Rugo marchó a ··Rosaleda" para recuperar los gastos
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