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PLATA Y BRONCE

con el bu.Uicio de sus ciudades, que el hombre olvida en

el hervor de sus placeres

arremolinad~s

. .

Disminuída la presión atmosférica, la sangre pretende

saltar los vasos que la oprimen. Los pulmones funcionan

como bombas captando anhe'losos el escaso oxígeno del ai–

re enrarecido.

All~.

en la soledad de la altura, :en la majestad de la:

cima ocultaron los indios su infamia. Contaron a!l viento

boreal su venganza, su pantanoso placer de la represalia y

él les justificó en sus soplos huracanados.

Y alilí. huyendo del blanco exterminador

y

feroz qui–

sieron morir como los cóndores. Fugitivos pero escondi–

dos, sin que el ojo burlón del cazador se recreara en su

agonía. Vencidos pero solitarios, enterrando en la roca

nativa su c!Ollor

y

su vergüenza.

;. Por qué no destruir a todos Jos blancos qt:e los anula–

ban con el trabajo. con el vicio, ·con la inquietud del más

allá. con

'la

vida toda?

En esa cueva fría

y

remota expirarían. Golpeando

contra el risco propio la cabeza infortunada que cuanrclo so·

ñó derecho bordeó el crimen. Extendiendo el cuerpo de–

caído en la arena heredada, ·en 1.a tierra de los

abu~los

que,

únicamente allá, en la cumbre donde la r11ieve reina, 1a pa–

ja se detiene

y

el viento helado arrecia, no fue hollada

por los blancos, por los intrusos que lo robaron

y

lo traje–

ron todo a sangre

y

fuego ....

Los polizontes se metieron en la guarida. A pocos

metrO$ ele la entrada encontraron desfallecientes, moribun–

dos al Gregorio y al Venancio. Les recogieron, les dieron

ahnento

y

bajaron con ellos ele la altura encubridora al

Nano justiciero.

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