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l·'EH~AXDO

CllA

YEI::;

-Si-dijo el peluquero. Bien abrazada. La caras

bien unidas, besándose. La cara pálida

y

ensangrenlada

del patrón

y

1

hermoso rostro de. la india.

-Y

ella por qué buscó los restos. por qué se ;ihrazó

al cuerpo tan fuertemenrte que no la separaron ni el frío ni

la mu1erte ?-preguntó el joYen.

-EJrla fue •la causa ele todo. Por ella matan

y

por

ella muere. Por su cuerpo mancillado asesinan

y

por su

alma trastornada ele amor. se suicida ....

Cdlaron todos. A su pesar, la augusta so'lemnidacl,

la grandiosidad romántica ele los actos recordados

l~es

con–

movían. Cesaron las lenguas difamadoras de agitarse.

En la plaza, una bandada de gaiJlinas cloqueaba des·es–

peraclamenrt:e. El gallo taladraba el aire pesado ele la ca–

lina con las notas de su clarín bélico, agudo

y

triunfador.

La Vida presente cubría la evocación de la ·Muerte..

superándola.

*

*

*

Los policías Yolvieron al páramo guiados por Ramón.

Bajo una roca .e.norme, a la que se Negaba por una abrup–

ta rampa del repliegue montañoso, se veía un agujero ne–

gro. Las rocas peladas. lisas. no mostraban ni rasfro ·c1e

vegetación. Frías, inertes, despedían ele sí la vida con

clespre"cio. Ni los pájaros monrteses anidaban en sus

grie–

tas. Ni la paja contumaz que crece doquiera, lograba adhe–

rir sus raíces filiformes en el mineral ínfecundo. Nada.

Desolación, pavura. La naturaleza recobraba allí su do–

minio latente, su imperio sin límites que el hombre acalla

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