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PL.ATA Y BRONCE
-Aura que le defienda pes el patrón Huguito-arti–
culó rencorosamente el viejo. Que me venga a dar con la
pista] a en la cabeza el relamido ese. Los diablos le han
de estar golpeando a él en la cabeza hueca.
-La ¡ieligión
y
la iglesia
y
los sacerdotes debemos ser
respetados porque donde falta el sacerdote asoma el de–
sastre.
Y
'la
religión somos nosotros. los ungidos-sermo–
neó el pico de oro ele Don Sicionio.
-La verdad ... -Se inclinai-o111 asintiendo las beatas.
J
gua! o pa1·ecicla cosa dijeron las del serra•Ilo, después
de cada sueñecito qu'e
descabe~aban.
interrmnpiclo so la–
mente por las
copita~
de
anisado
y
ver.dete
o •las profecías
de Don Sicionio.
*
*
Reverberan lo · rayos del ol en la plaza desierta de
Torrebaja. Uocl10rno. asfixia ele mediodía e11 la aldea.
La barbería. como siempre, abie'rta. E_n ella, como
siempt'e, numerosos clirentes. El·los, como todos los días,
nmnnurando.
-Qué de gracia la de Rosaleda. 1VIatarles al señor
Raúl
y
al señor Hugo los indios .....
-Es
increíble que hayan sido ellos-replicó a Eu ·ebio
el negociante Don Tiburcio Sanlúcar.
-¿Por qué les habrán muerto?
-Dicen que porque
el .
ei1orito Raúl ....
funrl;iwlo~e
en que es noble. . . . . _-\sí son éstos. . . . Ahora lo han pa–
gado 'los deflcnsores de la maest ra.
Y
a Yerán ·lo que le
pasa a ella.
-Sabe cómo encontt·awn los cadáYeres. Eusebio?--