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-Mi cabeza rota no le perdono a ese truhán que ya
estará purgando sus grandes crímenes en el infierno, por–
que Dios es justo.
-Si-reforzó Luisa Correa, la beata estucada. Cómo
van a quedar impunes tantos atreviiT)i·entos. Maldecido de
Dios es el que alza la voz a un santo sacerdote.
-Ni fuera de otro modo-agregó Doña Emeteria.
Qule le fa.Jten al señor don Sicionio que tiene méritos, no
digo para ser cura de este pueblo mísero, sino para ser ca·
nónigo, obispo y aun arzobispo, y que se queden cf!.mpan–
tes. . . . . Hum. La mano de Dios hace ver su poder va–
liéndose ele cualquier medio.
-Defender a esa moza descreída, golpearme a
mí,
ofender al señor párroco y querer que Dios les qgrade1ca
y
les dej e fre ·cos .... Oh, los canallas.
-Esto les ervirá de ejemplo a los mocitos orgullosos
y mah·ados que creen que los curas ya no tenemos el poder
de antes.
--¿Por qué no lo han de tener? .--arguyó Luisa.
Y
más
que ante porque ahora ería de acabar con los corrompi–
dos.
-Dios mi mo lo irá haciendo conforme a sus ines–
crutables designios convenga. La República del Corazón
de Jesús dejará de ser algún día feudo de masones
y
ateos,
y entonces ¡ay! de lo liberales, die los sin Dios y sin mo–
ral. . . . . . El cadalso se paseará del Carchi al Macará,
como ya Jo dijo en be'llísima frase un correligionario nues–
tro que in embargo ha servido a los impíos gobiernos li–
berales.
-Como nunca hay que perseguirl<e a ·la maestra para
que se vaya-interrumpió Doña Emeteria.
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