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FERNANDO CH.AYES

preguntó un viejo desdentado y cemc1ento, Don Telésforo

Indartle, que no soltaba el cigarrillo de ·los dientes sucios,

flojos y curvos como clavijas.

·

-Como los de unos perros. Encostalados, doblados,

hechos trizas y amarrados con sogas para hacerlos akan-:

zar en los costale .

-Los indios de esa parcialidad on así, insolentes y

crueles-explicó el viiejo. De hoy en adelante, por esta

hazaña en que se \'e palpahle la mano de Dios, les dirán

costaladores .

Y así fue. Ese apodo sinitestro quedó resonando en

los oídos de los indios comarcanos. evocatiYO y trágico. con

modulaciones de crimen.

-Muerte cruel le han dado, ¿no?

-Si. Les han vo'lado las cabezas con hachas. El

señor Raútl tenía partida la cara por la nariz, y otro ha–

chazo en el pecho. Al señor Hugo le habían desprendido

la cabeza del cuerpo

y

tenía un hachazo horrible en la

fr<ente. Yo he de ir a da autopsia con el médico municipa-l

que ha de v·enir de Nopa'les mañana. Todo he de Yer–

aseveró Eusebio.

-Infortunado jóvenes .... Don Raúl era tan bueno.

, \nadie negó apoyó cuando iban a pedírselo--suspiró el pa–

rroquiano joven y timorato que no afrontaba las iras de

la plebe resuJeltamente sino con palabra moderadas y que

se Mamaba Timoteo Ruelas.

-Eso dirá usted. que es feliz. A mí nada me ha da–

do-replicó grosero el rapista.

-Así era. Pero no hay como decir que lo que les ha

sucedido no es un castigo del cielo. Yea usted, el mismo

día que e'l señor Hugo 1e rompió la cabeza a Don Inocencio

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