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FERNANDO OHAVES

-Enciende-mandó Gregorio.

E l Ramón frotó la cerilla . Su chis chas duró un se–

gundo interminwble. La luz azufrada esparció por la ha–

bitación un tinte azulenco. Fué suficiente. Los ojos

agrandados del Grega rio

y ·

del V enancio percibieron entre

las ropa de las camas las cabezas de los patrones.

Raúl no hi zo un moYimiento . Hugo, más nervioso,

se agitó impaciente po rque intió un resuello ....

Gregorio j·unto a la cama de Raúl. Venancio junto

a la de Hugo. D os g o lpe simultáneos resonaron en la

estancia. so rd os. horripilante

Cuando la cerill a comunicó su fuego a la vela

d~

sebo

y

su luz rojiza alumbró el recinto, en las hachas manejadas ·

p or los indi o se habría podido ver las g otas de sangre

cálida y nobl e de los dos p rimos .

Los hachazo le diYidieron. a Hugo el cuello y a

Raúl el r ostro .

Cayeron nueYamente

l ~s

hachas rematando a las víc–

timas . Se estremec ieron lo cuerpos herido

y

quedaron

inertes.

E n la camas, rí os ele sang re empapaban las ropas,

en las que ni una arrug a indicaba lucha, ni una ondulación

mostraba res istencia ..... S i11' una queja, s in un instante

de concienci a, lo j óvenes di e ron el alto hacia el mis–

teri o ... .

Sus oj os. vueltos inmenso por la desesperación, qui–

zá retuvieron, por influj o de la luz azulada del fósforo,

las silueta bá rba r a¡

y

cruele ele sus degolladores.

Nada más. S in un grito, sin un movimiento, ni ins–

tinti vo, de defensa, e troncharon yertos, anegados en la

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