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l'LA'l'A Y BRONCE
rohu ·to como un noYillo. blanco y rosado, y el chico y los
ind ios sentáronse en la puerta de la habitación llorando
silenci osamente y recordando a cada momento las bon–
dades del patroncito que ya no existía.
*
*
*
Escrito estaba que la Encarna no había de reposar
esa madrugada. _-\c\ormilóse después de la consulta ele .
Juan y horas más tarde una mano golpeaba recelosamen–
te su puerta .
-Ya voy-contestó.
-¡Utija !-le dijeron ele af uera.
Se puso en pie. encendió luz y abrió una hoja
puerta.
El
visitante introdújose con violencia.
claridad ele la esperma reconoció al intruso.
-Taita Gregorio .... -exclamó la adivina.
-Callá . . . .
A
visá una co a.
-Qué?
-\-engo matando a nifios ele -hacienda
de la
A
la
La bruja callaba. Su rostro denotó máxima sorpresa.
-Escondí los cuerpos en socaYÓn . ¿Hallarán blan-
cos cuando busquen?
La sibila aproximó una mesilla baja. Colocó en ella
·la esperma. Trajo
tabacos~
claveles rojos de sangre, que–
mó en un . braseriQlo una pepa exótica, la jabilla del mar,
fumó un cigarrillo
y
empezó a voltejear en redor de la
111esa.
-¡
'Ctija!
¡
"Ctija !-murmuró el Gregorio.
·-Si estáis de apuro ca, andá pes-repuso la india.
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